No es ningún secreto: los diálogos son un elemento esencial de la narración literaria. Su presencia en un texto, especialmente si este es extenso, es imprescindible para poner en contacto directo al lector y al personaje. Además, los diálogos constituyen un momento de respiro ante la intensidad de la prosa, ya que por lo general resultan muy cómodos de leer y no implican un mayor esfuerzo mental al escucharlos. Desgraciadamente, esa misma regla no se cumple cuando se trata de crearlos. A menudo, redactar una conversación entre dos o más personajes puede convertirse en una odisea, tanto por cuestiones de estilo (que ya tratamos en un post anterior) como por su propio contenido.
Hoy nos hemos propuesto profundizar en la forma y fondo de los diálogos tomando como referencia el trabajo de cuatro grandes autores. No hay nada mejor que aprender de tus mayores ídolos, ¿no crees? Así que si quieres mejorar tu técnica a la hora de construir diálogos para tus historias no te pierdas los siguientes ejemplos. ¿Empezamos?
Miguel Strogoff, Julio Verne
—Señor, un nuevo mensaje.
—¿De dónde viene?
—De Tomsk.
—¿Está cortada la comunicación más allá de esta ciudad?
—Sí, señor; desde ayer.
Como puedes ver en el ejemplo, en este tipo de diálogo el autor tiene una intención informativa. Utiliza a los personajes como mensajeros de los acontecimientos y circunstancias que se están produciendo. En literatura, al igual que en nuestra vida cotidiana, el diálogo es un recurso para comunicar lo que vivimos: así nos enteramos de dónde están ciertas cosas olvidadas durante años, por qué alguien dejó cocinando un pollo en el horno o las razones que provocaron que el repartidor de periódicos llegase con retraso.
La Jauría, Émile Zola
—¡Tenemos grandes pesares, estamos celosas!
—¿Yo? —dijo—. Celosa ¿por qué? —Luego agregó, con su mueca de desdén, como acordándose—: Ah, sí, ¡esa gorda de Laurel! Eso le devolverá el favor de las damas… Pobrecito, yo le dejo bien libre. —Sonreía, decía «pobrecito» en un tono lleno de amistosa indiferencia. Y, súbitamente, murmuró—: ¡Oh! Ya quisiera… Pero no, no estoy celosa, nada celosa. —Se detuvo, vacilante—. Ya ves, me aburro —dijo por fin con voz brusca.
Como bien puedes observar, el estado de ánimo influye enormemente en la forma en la que un personaje se expresa. Utilizando los guiones (—), el autor interrumpe a la mujer una y otra vez, para quitar respiración a sus palabras. Gracias a esta técnica, Zola consigue de un modo perfecto que su personaje, a pesar de estar hecho de palabras, tinta y papel, experimente emociones y pasiones que determinan su forma de ser y que son percibidas con claridad por el lector.
Buen viaje, señor presidente: Doce cuentos peregrinos, García Márquez
—Señor presidente —murmuró.
—Dígale a los que le pagan que no se hagan ilusiones —dijo el presidente, sin perder la sonrisa ni el encanto de la voz—. Mi salud es perfecta.
—Nadie lo sabe mejor que yo —dijo el hombre, abrumado por la carga de dignidad que le cayó encima—. Trabajo en el hospital.
La dicción y la cadencia, y aun su timidez, eran las de un caribe crudo.
—No me dirá que es médico —le dijo el presidente.
—Qué más quisiera yo, señor —dijo el hombre—. Soy chofer de ambulancia.
Aunque Gabriel García Márquez confesó que los diálogos no eran su fuerte, en sus textos queda reflejado que era muy meticuloso a la hora de indicar qué personaje hablaba o intervenía, para guiar en todo momento al lector. No olvides nunca que las aclaraciones que aparecen entre guiones también forman parte de diálogo y aportan información útil. Su mayor o menor uso nunca es arbitrario, siempre responde a las necesidades del texto y al estilo narrativo al que quieras recurrir.
Luz de agosto, William Faulkner
—Creo que estará allí, en ese aserradero. A Lucas le han gustado siempre el cambio y la novedad. Nunca le ha gustado una vida tranquila. Por eso no le convino nunca el aserradero de Doane. Por eso decidió… decidimos cambiar: por el dinero y por la novedad.
—Por el dinero y por la novedad —dijo Varner—. Lucas no es el primer mocoso que, por el dinero y por la novedad, ha dejado de hacer aquello para lo que había nacido y ha abandonado a los que dependían de que lo hiciese.
Para terminar, hemos escogido este ejemplo de Faulkner para enseñarte cómo las voces de los personajes no solo revelan detalles sobre su forma de ser, sino que también pueden ser utilizadas para describir el carácter de otro de los protagonistas de la obra. Gracias a este recurso podemos dar a conocer cómo son en realidad las relaciones personales de los “habitantes” del relato que estamos creando: el cariño que uno inspira a otro, el desprecio que subyace a una aparente indiferencia, etc.
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Recuerda siempre que construir un diálogo es una forma interactiva de darle protagonismo y presentación a cada una de las almas que viven en el libro: incluso si se trata de un árbol, un perro o un objeto el que habla :) Y ahora que has llegado hasta aquí, ya sabes lo que toca: cuéntanos qué te ha parecido el post y empieza ahora mismo a aplicar las enseñanzas de estos cuatro autores en www.sttorybox.com.