La semana pasada mencionamos la importancia de hacer partícipe a aquel que lee del relato del libro que tiene entre las manos. Las buenas historias son aquellas en las que el lector experimenta de forma natural que tiene algo que decir y que está formando parte de la experiencia, aquellas en las que siente que el escritor ha pensado en él y lo ha considerado parte importante en el proceso de comunicación y artístico.
La participación en una lectura sucede cuando aparece la posibilidad de formularse preguntas, realizar suposiciones, cuestionar lo que tiene lugar y, en definitiva, juzgar los hechos y palabras por uno mismo con antelación, sin necesidad de tener que esperar a que el escritor confirme que se está en lo cierto.
Para ello, como ya explicamos, se recurre a un juego de reparto de información entre el autor y el lector, actuando los personajes como intermediarios. El autor conoce todos los entresijos de su obra, así que el lector se encuentra totalmente a su merced. La manera de equilibrar esta balanza sin caer en el recurso fácil y aburrido de las exposiciones del narrador, es utilizar a los personajes de la historia como catalizadores. Si los personajes disponen de una cantidad de información superior, similar o inferior a la que tiene el lector, la interacción va a aparecer de manera espontánea. Así, en un breve repaso, contábamos con estos tres escenarios posibles:
- Si el lector cuenta con más información que los personajes, disfruta de una posición privilegiada con respecto a ellos que le permite anteponerse a lo que va a suceder y estar pendiente del cumplimiento de unas expectativas.
- Si la información que comparten lector y personajes es la misma, ante lo inesperado, lo natural será identificarse con las mismas emociones y sentimientos que experimentan los personajes ante los acontecimientos. Hay una sensación de cercanía.
- Si la información del lector es inferior con respecto a los personajes, surge en él la necesidad de enderezar el desequilibrio y conocer más datos que lo iluminen.
Un enfoque práctico: “El Señor de los Anillos”
Para los dos primeros puntos ya utilizamos dos ejemplos, el primero basado en el relato de Lovecraft, “El horror del Dunwinch”; y el segundo dedicado a “El Señor de los Anillos”.
Hoy nos centraremos en un caso basado en el tercer supuesto pero que combina los tres en mayor o menor medida: Un personaje sabe más que el lector pero además este mismo personaje y el lector a su vez saben más que otros personajes. Para ello, volvemos a “El señor de los Anillos” por última vez en esta serie de artículos sobre la participación.
En la segunda parte de la trilogía, la Comunidad del Anillo se ha disuelto, y los dos hobbits, Frodo y Sam, viajan en solitario a Mordor para completar la misión de destruir el Anillo Único. Lo que desconocen es que están siendo perseguidos por Gollum, la criatura contrahecha que fue anterior poseedor del mágico artilugio que ahora custodia Frodo, y que siempre ha sentido la irrefrenable necesidad de recuperar.
Cuando Gollum asalta a los dos hobbits, estos consiguen reducirlo y obligarle a jurar que les guiará a Mordor y que no intentará jamás robar el Anillo. Así lo promete Gollum, que les desvela la existencia de un pasaje secreto sobre las montañas que rodean el país de la sombra. Pero su miserable espíritu está demasiado corrompido como para preocuparse por la honorabilidad de su palabra. La lealtad de Gollum hacia sus captores hobbits es frágil desde un principio y pronto conspira ansiando retomar el Anillo, cuya cercanía, al alcance de la mano, lo seduce a cada segundo.
La perversa criatura cavila una solución para recuperar su objeto de deseo sin ser el artífice directo de la traición, lo que en términos técnicos, significará que no habrá roto su promesa. Debido al trastorno de desdoblamiento de personalidad que lo lleva a conversar con su alter ego, Smeagol, cuando cree encontrarse a solas, Gollum desvela parte de su plan al lector.
“–¡Lo queremos! Pero… –y aquí hubo una larga pausa, como si un nuevo pensamiento hubiera despertado–. Todavía no ¿eh? Tal vez no. Ella podría ayudar. Ella podría, sí.
–¡No, no! ¡Así no! –gimió Smeagol.
–¡Sí! ¡Lo queremos! ¡Lo queremos!
Sam había permanecido acostado inmóvil, pero espiando entre los párpados entornados cada gesto y movimiento de Gollum. […] Sam se preguntaba quién sería Ella. Una de las horrendas amigas que la miserable criatura había encontrado en sus vagabundeos, supuso. Pero al instante se olvidó del asunto […].”
En este momento el equilibrio de información cambia. Nosotros, como lectores, sabemos ahora que Gollum está tramando traicionar a los hobbits recurriendo a la ayuda de una tal Ella. Aunque Sam ha escuchado los tejemanejes de Gollum, se encuentra demasiado cansado y preocupado por otros asuntos como para dar importancia a los balbuceos de la criatura. Así pues, los protagonistas, Frodo y Sam, se encuentran en una situación inferior con respecto al lector. Pero aún por encima de todos, de Frodo, Sam y el lector, está Gollum, que es el único que sabe a ciencia cierta quién es Ella, qué tipo de ayuda puede prestarle para desembarazarse de los hobbits y recuperar el Anillo, y el alcance del ardid que está preparando.
Ante este panorama, el lector participa, formulándose preguntas concretas que va a querer ver resueltas ante su falta parcial de información:
- ¿Descubrirán Frodo y Sam la traición que prepara Gollum?
- ¿Cumplirá Gollum su plan? ¿Cómo, dónde y cuándo?
- ¿Quién es Ella? ¿Qué tipo de criatura es y cómo puede ayudar a Gollum?
- ¿Por qué Smeagol, el alter ego bondadoso de Gollum, se aterroriza ante la propuesta de recurrir a Ella?
Pero la participación es algo más que poder formularse preguntas, sentir incertidumbre y ganas de disponer de tanta información como el personaje que sabe más que nadie. La participación también es poder leer entre líneas lo que no está a la vista, extraer conocimiento que no es servido en bandeja de plata. Es un concepto similar al del subtexto que estudiamos anteriormente.
Una vez se nos desvelan las intenciones de Gollum, a partir de ese momento vamos a contemplar su relación con Frodo y Sam de distinta forma. En las acciones y palabras de Gollum vamos a entrever siempre sus intenciones veladas, su verdadera motivación, mientras que el desconocimiento de los dos hobbits del auténtico proceder de su guía fomenta la sensación de un peligro inminente. Veamos algunos fragmentos al respecto:
“Hay otra escalera más –les dijo Gollum–. Mucho más larga. Descansarán después de subir la próxima escalera. Todavía no.
Sam refunfuñó.
–¿Más larga dijiste?
–Sí, sssí, más larga –dijo Gollum–. Pero tan difícil. Hobbits subieron la Escalera Recta. Ahora viene la Escalera en Espiral.
–¿Y después? –dijo Sam.
–Ya veremos –dijo Gollum en voz baja–. ¡Oh sí, ya veremos!
–El aspecto no me gusta nada –dijo Sam. De modo que, en resumidas cuentas, tu camino secreto está vigilado –gruñó, volviéndose a Gollum–. Y tú lo sabías desde el comienzo, ¿no es cierto?
–Todos los caminos están vigilados, sí –dijo Gollum–. Claro que sí. Pero los hobbits tienen que probar algún camino. Este puede estar menos vigilado.
Ahora era evidente que había vuelto a escabullirse a hurtadillas (Gollum) mientras ellos conversaban. ¿Pero con qué fin esta vez?
–No me gustan esas escapadas furtivas y sin aviso –dijo Sam–. Y menos ahora. No puede andar buscando comida allá arriba, a menos que quiera morder un pedazo de roca.
–Es inútil preocuparse por él ahora –dijo Frodo– Sin él no habríamos llegado tan lejos, ni siquiera a la vista del paso, y tendremos que amoldarnos a sus caprichos. Si es falso, es falso.
–De todos modos preferiría no perderlo de vista. Y con mayor razón, si es falso. ¿Recuerda que nunca quiso decirnos si este paso estaba vigilado o no?
Eso digo yo –replicó Sam–, Pero ¿dónde te habías metido?…¿Por qué desapareces y reapareces así, furtivamente, viejo fisgón?
Gollum encogió el cuerpo y un fulgor verde le centelleó bajos párpados pesados […].
–¡Fisgón, fisgón! –siseó–. Hobbits siempre tan amables, sí. ¡Oh, buenos hobbits! […].
Sam sintió un ligero remordimiento, pero no menos desconfianza.
–Lo lamento –dijo–. Lo lamento, pero me despertaste bruscamente. […]. ¿Pero dónde has estado?
–Fisgoneando –dijo Gollum, y el fulgor verde no se le iba de los ojos.”
A lo largo de las páginas, comprobamos cómo Gollum se ausenta repetidas veces en cuanto los hobbits hacen un alto en el camino, con la excusa de buscar la comida. También se dirige a los hobbits con cierta ironía en sus diálogos. Mientras que en los hobbits solo se despierta la sombra de una sospecha, el lector percibe lo que realmente está sucediendo: la criatura se adelanta en el camino para preparar su maligno plan con la colaboración de Ella. A cada paso que dan, los hobbits están más cerca de su perdición. Algo que el narrador nos confirma.
“–Este es el camino –dijo Gollum en voz baja–. Por aquí se entra en el túnel. –No dijo su nombre: Torech Ungol, el antro de Ella-Laraña.”
Una vez los hobbits penetran en el antro, la oscuridad es total y tienen que andar a tientas por los pasadizos, siguiendo la voz de Gollum en las tinieblas. Cuando Gollum desaparece sin avisar y deja a los hobbits desamparados en la negrura del horrible cubil, el lector observa que ha llegado el momento en el que se ha de materializar aquello que ha estado esperando durante capítulos: el plan de Gollum se acciona y Ella es desvelada.
“Apenas hubo escondido Sam la luz del cristal de estrella, Ella-Laraña reapareció. Un poco más adelante y a la izquierda Sam vio de pronto, saliendo de un negro agujero de sombras al pie del risco, la forma más abominable que había contemplado jamás, más horrible que el horror de una pesadilla. En realidad se parecía a una araña, pero era más grande que una bestia de presa, y un malvado designio reflejado en los ojos despiadados la hacía más terrible.
[…] O no vio a Sam, o prefirió evitarlo momentáneamente por ser el portador de la luz, lo cierto es que dedicó toda su atención a una sola presa, Frodo, que privado del frasco e ignorando aún el peligro que lo amenazaba, corría sendero arriba. Pero Ella-Laraña era más veloz: unos saltos más y le daría alcance.
Sam jadeó, y juntando todo el aire que le quedaba en los pulmones comenzó a gritar:
–¡Cuidado atrás! ¡Cuidado, mi amo! Yo estoy… –pero algo le ahogó el grito en la garganta.
Una mano larga y viscosa le tapó la boca y otra le atenazó el cuello […].
–¡Lo hemos atrapado! –siseó la voz de Gollum al oído de Sam–. Por fin, mi tesoro, por fin lo hemos atrapado, sí, al hobbit perverso. Nos quedamos con este. Que Ella se quede con el otro.”
Con las herramientas adecuadas, se puede aumentar la implicación y el interés del lector hacia lo que está leyendo, invitándolo a continuar cada día.
Gracia a esta trama del plan astuto de Gollum, el viaje de los hobbits hasta las montañas de Mordor es aún más interesante. El lector lee con doble interés las palabras de los personajes y sopesa sus acciones en busca de sentidos ocultos e intenciones camufladas y, por supuesto, cuando llega el momento de la verdad, recibe la justa recompensa a la atención que ha dedicado, se siente parte del proceso. Puede llegar a sentir la misma rabia que se enciende en Sam cuando la argucia de Gollum alcanza su apogeo final.
Espero que estas entradas te estén resultando útiles para comprender cómo es necesario fomentar que el lector se involucre en el relato en lugar de tratarlo como un frontón sobre el que las palabras van a rebotar. No olvides practicar tus propias ideas con nosotros en Sttorybox.